El día de los inocentes
Durante años asocié el 28 de diciembre a un día de bromas. Tanto en mi vida privada como posteriormente en redes sociales solía celebrar ya sea por la creatividad ajena como por mis propias “jugadas”, y reía muchísimo por las reacciones de quienes caían en esto que consideraba un juego.
En una capa latente, una parte de mí era consciente de que se trataba de la conmemoración de la matanza de niños nacidos en Belén ordenada por Herodes.
Es posible que como humanidad nos resulte más cómodo reír y celebrar, que asumir y recordar que una parte de nosotros es capaz de cometer abusos masivos por dominación.
O tal vez sea parte de nuestra propia tendencia a la dominación lo que nos mueve a omitir ciertos capítulos de nuestra historia, culpar lo poco que nos animamos a reconocer como actos bestiales (no humanos) para seguir viendo esas áreas de la vida como un juego.
Hace unos días, en un supermercado en Buenos Aires, escuchaba a un reponedor quejarse amargamente, de corazón, con su compañera de trabajo, diciendo, entre otras cosas: “y se supone que ahora las mujeres son iguales a los hombres”.
Es posible que quienes llevan más tiempo abocados a la deconstrucción les resulte difícil de comprender el comentario de este hombre. En mi caso, me siento profundamente identificado, como un adicto que recién comienza a descubrir que tiene un problema.
Me crié en Santiago de Chile, en el seno de una familia católica, y como cualquier niño recibí como esponja todo lo que la Sociedad me enseñaba.
Recuerdo, hoy de modo más autocrítico, en aquel momento vivido de modo inocente, la cantidad y calidad de señales, constantes y profundas que me fueron marcando a fuego y me mostraban la vida llena de juegos, en los cuales, si eras lo suficiente hábil, podías ir ganando trofeos, llamados mujeres.
La televisión y el cine, al que por recursos tenía menos acceso, emitía un mensaje claro: Mientras más violento, el protagonista (siempre hombre) era más atractivo. Era (y lamentablemente lo sigue siendo) muy común que después de una escena violenta, la mujer (personaje secundario) se lanzara a los brazos del hombre que acaba de golpear o incluso asesinar a alguien.
Hace poco volví a ver “El año del dragón”, una película de 1985 dirigida por Michael Cimino, y quedé impactado por la escena de sexo entre Mickey Rourke y Tracy Tzu, pues es una clara violación, en la que Tracy decía una y otra y otra vez: “¡NO!”. Y aquí llego al punto central de este artículo. No me impacté por la violación propiamente tal, dado que es bastante común en el cine escenas violentas o de sexo violento. Me impacté porque cuando la vi en los 80s (varias veces), la escena no era una violación, era la forma en que un hombre, un protagonista, un macho, toma a la mujer que quiere. Me impacté porque tras esa escena, los personajes quedan juntos, como pareja, es decir, el mensaje de la película es que a ella le gustó, o dicho de otro modo, que a las mujeres les gusta ser tomadas de ese modo.
No me estoy refiriendo a una violación real, como lo sucedido en “El Último Tango en Paris” (tema para otro artículo), sino a un mensaje que todos los niños, niñas y adolescentes de mi generación recibimos; así consigues a la mujer que quieras, así es el sexo.
Me impacté porque en su momento no vi la violación. Me impacté porque en ese momento era el equivalente a recibir reglas de un juego. Toda mi generación, mujeres y hombres, recibió el mismo mensaje de una película, aclamada por la crítica y éxito de taquilla.
Y lo más grave es que no se trata de un hecho aislado. El mismo mensaje lo recibí de cada rincón de la Sociedad, la familia, la escuela, los amigos, los adultos, etc.
Me siento identificado con el reponedor del Supermercado, pues a los hombres de mi generación nos enseñaron a vivir de un modo y desde hace algún tiempo, exclusivamente gracias al feminismo, nos estamos encontrando no sólo con que las reglas no aplican, sino que jamás aplicaban. Nos estamos encontrando con que jamás fue un juego.
Si bien hubo una etapa de mi vida en la que era educado de modo inconsciente, por la inocencia propia de la infancia, hubo posteriormente situaciones en las que la consciencia me comenzó a alertar con lo que ocurría a mi alrededor, al menos con lo que en ese momento alcanzaba a ver.
Recuerdo en la Universidad a un profesor sobre el que se bromeaba mucho en relación a sus alumnas. Se decía de él que si una mujer reprobaba, era porque era muy tonta o muy fea. Recuerdo a hombres y mujeres bromeando y riendo al respecto y no recuerdo a nadie alarmado por la gravedad de la situación.
Recuerdo todas las facilidades que tuve en el momento de conseguir trabajo en relación a lo que enfrentaban mis amigas y compañeras. Sencillamente no podían optar a muchísimos puestos y para postular a otros era indispensable que sexualizaran su atuendo. Sin mencionar las enormes diferencias salariales. Fueron los primeros indicios que me mostraron que era un privilegiado, por ser hombre.
Ya no era un niño, ya no era inocente. Ya comenzaba a ver una diminuta parte de lo que siempre estuvo ahí, pero en gran medida me resultaba invisible, como a gran parte de la Sociedad.
Posteriormente y gracias a mi oficio he podido conocer de cerca muchísimos hechos terribles que desnudan lo peor de la humanidad y en particular lo peor del género masculino. Abusos y violaciones a una escala que me comenzaron a sacudir y ayudar a darme cuenta de las dimensiones de lo que estaba y sigue ocurriendo.
Del mismo modo que quedé impactado con la escena de “El año del dragón” (o de tantas otras películas que he vuelto a ver), también me resultó perturbador ver a mujeres semidesnudas saltando y gritando en las puertas de Iglesias, Tribunales e Instituciones tradicionales, que en un primer momento me resultaron chocantes, perturbadoras, pero que gracias al impacto me impulsaron a informarme.
Opiniones
En base a lo anterior y entendiendo que gran parte de lo que está ocurriendo es invisible a un porcentaje alarmantemente alto de la población, quiero proseguir este artículo separando los aspectos subjetivos de los objetivos.
En lo puramente subjetivo, me parece lícito y por ende respetable que cada cual tenga su opinión sobre cualquier asunto, más allá de la profundidad (o liviandad) del proceso de información que nos llevó a adoptarlas.
En este sentido entiendo que a muchas personas les resulte indecoroso ver mujeres saltando y gritando semidesnudas.
Del mismo modo, es igual de lícito estar a favor o en contra de la legalización del aborto, tema que hoy tiene dividida a grandes sectores de la Argentina y que se está dirimiendo en el Senado.
En mi caso personal, no estoy a favor del aborto, por razones que no viene al caso detallar, pues como indiqué es sólo una opinión (subjetiva).
Todo lo anterior son simples posturas subjetivas, producto de nuestras crianzas, creencias y formas de ver la vida, que en ese contexto son legítimas, aunque en muchos casos contrastan con la realidad.
Hechos
• El 35% de las mujeres en todo el mundo ha sufrido violencia física o sexual por parte de una pareja íntima, o violencia sexual perpetrada por una persona distinta de su pareja. Este porcentaje no incluye acoso sexual. (Fuente: OMS).
• 137 mujeres son asesinadas diariamente por miembros de su propia familia. (Fuente: Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito).
• Más de 200 millones de mujeres han sufrido mutilación genital (Fuente: Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas).
• Más de 15 millones de niñas sufren relaciones sexuales forzadas cada año. (Fuente: UNICEF).
• Casi el 40% de las víctimas de violaciones en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina, son menores de edad. (Fuente: UFEM).
• Sólo en Argentina cerca de 3000 niñas de entre 11 y 14 años quedan embarazadas cada año. (Fuente: Secretaría de Salud).
• El aborto no seguro es la cuarta causa de mortalidad materna. (Fuente: OMS).
La realidad (objetiva) es que las mujeres sufren violencia y particularmente abusos sexuales de forma masiva y el aborto ocurre y seguirá ocurriendo como consecuencia de lo anterior. Sea legal o no. Nos guste o no. Estemos de acuerdo o no.
Probablemente el indicador más alarmante es el siguiente: Se estima que cerca del 90% de los casos de violencia sexual no son denunciados (Fuente: INDEC). Esto implica que todas las cifras anteriores habría que multiplicarlas por 10 para acercarse a la realidad.
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No es mi intención, ni el propósito de este artículo influir sobre sus opiniones acerca del aborto, el feminismo o temas vinculados. Las cifras, en cambio, son un reflejo objetivo de la realidad y me resulta alarmante que no sean masivas. Entiendo que en círculos feministas esta información sí es conocida, pero fuera de ellos, a nivel masivo parece ser casi invisible, como reemplazar la conmemoración de una matanza de niños con un día para jugar bromas.
Sí espero y es el propósito de este artículo, que esta información toque tu corazón y contribuya a hacer más visible esta realidad que clama por un cambio urgente.
En mi caso, no estoy de acuerdo con el aborto, aunque me parece urgente su legalización, por una parte porque, en mi opinión, se necesita dar una asistencia paliativa, particularmente a las millones de víctimas de abuso sexual alrededor del mundo, y por otra parte, porque me resulta infame que como Sociedad obliguemos a parir a una mujer violada, independiente de su edad.
Creo además que legalizar el aborto es un paso indispensable como Sociedad para visibilizar la violencia en contra de las mujeres y abocarnos a la tarea de erradicarla.
Hay un concepto védico muy apropiado para analizar este tema: “todo lo que existe tiene un propósito”. Y el aborto existe, sea legal o no.
Una vez que logremos un mundo en donde reine la igualdad de género, cuando no existan las violaciones ni la violencia de tipo alguno en contra de las mujeres, seguramente el aborto dejará de ser necesario.
Por ahora, muchas mujeres están haciendo su parte y a los demás, particularmente a los hombres nos dejan con una gran tarea pendiente, urgente y de una relevancia enorme; deconstrucción y participación activa en la transformación de nuestra Sociedad. Ya no somos niños inocentes como los de Belén. Es cierto que muchos de nosotros, seguramente muchos de quienes leen estas líneas jamás hemos violado o abusado de alguna mujer, pero somos parte de una Sociedad que abusa sistemáticamente de ellas, somos parte de un Género que las violenta sistemáticamente, no bestias, humanos, hombres y si has leído hasta aquí, si te has informado por esta u otras vías, si no somos parte del cambio, somos cómplices de la atrocidad que está sucediendo, ¡hoy!, está sucediendo.
Las feministas están haciendo su parte. Nuestra especie clama porque los hombres abramos los ojos y actuemos al respecto.
Y para finalizar, simplemente cerrar la anécdota del Supermercado.
Luego de que el reponedor dijera “y se supone que ahora las mujeres son iguales a los hombres”, su compañera le respondió “Nunca fuimos iguales. Siempre fuimos superiores.” con una sonrisa pícara, de aquellas personas que se quieren y se valoran.
Lo anterior me resulta admirable y difícil de comprender para una mujer, pisoteada por nuestra Sociedad, pisoteada por los hombres desde que nació. Algo están haciendo muy bien.
Si yo viviera en un mundo dominado (en el peor sentido de la expresión) por mujeres, donde costara muchísimo encontrar trabajo o que estos fueran pagados mucho menos que el mismo realizado por mujeres, en un mundo donde no pudiera andar solo por miedo a ser abusado, donde fuera visto como un objeto sexual, donde millones de mi género sufrieran mutilaciones, donde las violaciones ocurrieran por millones y la Sociedad se resistiera a verlas, mucho menos hacer justicia por ellas. Si ese fuera el caso, si yo viviera en un mundo como ese, estaría desnudo, mostrando las bolas, saltando y gritando en las puertas de cada Institución que sostuviera esa clase de trato.
Hoy es 28 de diciembre de 2020. Los hombres ya no somos inocentes. Las mujeres siguen siendo asesinadas y abusadas por millones. Esa es la realidad, y está en nuestras manos cambiarla.
Autor: Mauricio Onetto
Ilustración: Vinka Jackson